jueves, 8 de mayo de 2008

La paradoja del escritor

Una reflexion sobre la escritura, que se puede extender a cualquier tipo de
expresión artística.


La paradoja del escritor

Creo que no se escribe para decir algo que de antemano se sabe, sino para
llegar a saber qué se quiere decir y para verificar hasta dónde ese querer
decir logra encarnarse en lo que efectivamente se dice. La obra, cuando es
literaria, nos informa en el doble sentido de que nos cuenta y nos
constituye. Se pasa a ser lo que se ha dicho y se pasa a ser porque se ha
dicho. La expresión confiere estatuto ontológico. Es creación de quien
escribe y no apenas de lo que se escribe. De modo que, en este sentido, hay
que decir que se escribe contra la propia indeterminación. Sartre sostuvo
que "el hombre por dentro es queso derretido".
Se escribe para convertir lo amorfo de nuestra interioridad sin voz en
exterioridad, en pronunciamiento, en objetividad. No extraemos de nuestra
interioridad lo que decimos. A la inversa: mediante lo que decimos
construimos nuestra interioridad. Ésta es la paradoja de la literatura: con
ella, en ella, la interioridad sólo puede ser algo público. Es al hacerse
pública, al convertirse en obra, como nuestra intimidad encuentra su espacio
propio y su forma. El escritor no es el que se expresa trasladando afuera
algo que ya tiene adentro, sino que consiste en lo que expresa, como quien
traslada hacia adentro lo que ha logrado formalizar afuera. Al respecto,
Hegel afirmó que "es en el mundo de la acción donde el alma se halla
realmente a sí misma". La alegría de la creación, es este júbilo genesíaco
que resulta de haber pasado de ser un bullicio interno sin sujeto evidente,
a ser un sujeto evidente, además de un bullicio interno.
Desearía trazar una analogía entre mi experiencia como escritor y una
confesión -para mí conmovedora- que realiza Renato Descartes a propósito del
proceso de composición de El Discurso del Método. Descartes cuenta que, a
medida que escribía su tratado, crecía en él el dolor que le provocaba el
arremeter contra sus propios prejuicios, sus creencias más ciegas y
arraigadas y sus valores más convencionales. Y -añade- era sin embargo ese
dolor el que le probaba que lo que estaba haciendo era realmente escribir.
Aquí se ve bien que escribir, en su sentido más radical, es ejercer el
derecho a una esencial discordancia con uno mismo.
Una obra es obra que abre -y abre, ante todo la piel de quien la escribe. No
la tersa piel sino la piel encallecida-. No es el dolor de lo floreciente.
Es el dolor de lo marchito. De lo marchito pero profundo, de la intimidad
marchita que, al sufrir, combate por su supervivencia.
Aun así, ningún escritor auténtico puede jactarse de haber dinamitado su
estupidez pero sí puede saber, al cabo de los años, hasta dónde ha sido
capaz de llevar su pelea contra la humillación del lugar común, de lo mal
pensado, y de esa forma de inexistencia que es el acatamiento complaciente
al saber convencional.

* de Santiago Kovadloff. "Ensayo y Subjetividad". Marcelo Percia,
compilador. EUDEBA. Bs. As. edición de 1998.

me lo envio mi profesor y queria compartirlo. Drus

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